Maravilla.
SEGISMUNDO:
Tu voz pudo enternecerme,
tu presencia suspenderme, y tu respeto turbarme.
¿Quién eres? Que aunque yo aquí tan poco del mundo sé,
que cuna y sepulcro fue
esta torre para mí;
y aunque desde que nací
–si esto es nacer– sólo advierto eres rústico desierto
donde miserable vivo,
siendo un esqueleto vivo,
siendo un animado muerte.
Y aunque nunca vi ni hablé
sino a un hombre solamente
que aquí mis desdichas siente, por quien las noticias sé
del cielo y tierra; y aunque
aquí, por que más te asombres
y monstruo humano me nombres,
este asombros y quimeras, soy un hombre de las fieras y una fiera de los hombres.
Y aunque en desdichas tan graves, la política he estudiado,
de los brutos enseñado,
advertido de las aves,
y de los astros süaves
los círculos he medido,
tú sólo, tú has suspendido la pasión a mis enojos,
la suspensión a mis ojos, la admiración al oído.
Con cada vez que te veo nueva admiración me das,
y cuando te miro más,
aun más mirarte deseo.
Ojos hidrópicos creo
que mis ojos deben ser;
pues cuando es muerte el beber, beben más, y de esta suerte, viendo que el ver me da muerte, estoy muriendo por ver.
Pero véate yo y muera;
que no sé, rendido ya,
si el verte muerte me da,
el no verte ¿qué me diera? Fuera más que muerte fiera, ira, rabia y dolor fuerte
fuera vida. De esta suerte
su rigor he ponderado,
pues dar vida a una desdichado es dar a un dichoso muerte.