Le echó perfume a la sala de estar. Por recordar los puntos suspensivos. La mesa estaba llena de colillas y las manos casi sin uñas. Allí se bebía el pasado. Se transformaba el vino en sudor. La madera tenía un abecedario de risas y marcas de saliba. Se abrió la puerta. De par en par, como en una película de western. Y no había nadie. El viento, pero por la escalera no se movía nada, y además era un día seco de verano. Pegajoso. Cuando se cambió de ropa lo entendió, la puerta lo se había abierto. Era simplemente lo mucho que la echaba de menos.